El Grimorio

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Te has dado cuenta que cada vez que quieres dejar de hacer lo que le molesta al Señor, hay más oportunidades para volverlo a realizar, una y otra vez. Que de la nada salen las circunstancias que animan a realizar esa cosa (tema, vista, temor, amor, afecto, etc.), todo eso que hace que tu espíritu se funda en la miseria del pecado.

Eso no solo te sucede a ti, también me sucede a mi, a tu vecino, incluso el hombre más santo ha sido torturado con este flagelo (la tentación), el desamor, el desenfreno, el gusto por lo terrenal, el mal uso de la lengua y tantas cosas que perjudican la buena comunicación con Dios.

LA BATALLA ESPIRITUAL, se hace necesaria en el cumplimiento de la oración, en el deseo de orar y estar cerca al Señor. Hay muchas formas de hacerlo en la oración: Batallando no se destruye al maligno, pero si lo alejamos de nuestra vida. A mayor intensidad en la batalla, el querrá estar más cerca, pero llega el momento en que la oración repliega y al mal y lo mantiene a raya.

Por todo lo anterior es importante orar con constancia, batallar en la oración.

Cuando realices tu batalla invoca al Padre Celestial, dile que lo buscas a él, que agradeces por entregar a su Hijo unigénito para la salvación y perdón de nuestras almas. Báñate en la Sangre de Cristo, reflexiona en la agonía de Jesús en su pasión dolorosa y tentadora. Ponte a los pies de la Santa Cruz, rodeate de la Luz de la Misericordia de Cristo, puedes escudarte en la Fé de cristo y ensalsa tu oración con la palabra de Dios.

«Háganse robustos en el Señor con su energía y su fuerza. Pónganse la armadura de Dios, para poder resistir las maniobras del demonio» (Ef. 6:10-11)

Reflexionemos…

Muchas personas no cantan pues consideran que no tienen un voz afinada. A veces permitimos que nuestros hijos no canten y glorifiquen al Señor en los ritos de oración y no les explicamos la importancia de Cantarle a él.

Cuando cantamos al Señor no lo hace nuestra voz… Dios escucha es a nuestro espíritu, el recibe nuestro corazón y lo purifica mientras le cantamos dignamente.

«Vengan, lancemos vivas al Señor, cantemos a la  ROCA que nos salva. Delante de él marchemos dando gracias, aclamémoslo al son de la música» (Salmo 95:1-2).

Vamos a cantarle nuestras canciones preferidas, las que creamos el escucha mejor de nosotros, cántale alegre porque antes de que le pidas algo y ya sabe lo que necesitas, así que cántale agradeciendo el hecho de que él te escucha.

Si no lo crees así, debes tener fe, debes confiarte a él. Ora iniciando con una alabanza, compromete en la oración al Espíritu Santo, a tu ángel de la guarda y la Santísima y Bienaventurada Madre.

Nunca ores solo, siempre invítalos a ellos a orar contigo. Y ahora a Cantar…

Reflexionemos…

Vamos a iniciar nuestro libro alabando a Dios Nuestro Señor.  El,  quien creó el universo y nos dejó el legado universal del amor: A Jesucristo hecho Hombre.

«Alma mía, bendice al Señor, alaba de corazón su Santo Nombre» (Salmo 103:1)

La primera forma de llegar es alabándole, que el sepa de nuestras propias palabras que el es magnánimo,  es único,  que sabemos de su misericordia y  que entendemos de su afecto  paternal  incondicional.     Alabándole  nuestro  espíritu  recibe  un  beneficio  de confianza en la oración y la comunicación con Dios.

Alábale y piensa en su amor, amor tan grande que nos dejó a los ángeles para que nos protegieran y  nos guiaran,  a  su Santísima Trinidad,  es decir al Padre,  al Hijo  y  a su Santo Espíritu.  Además nos dejó como legado la iglesia que la conformamos todos (es nuestro club preferencial con el Señor)  y  para  hacer  de  nuestro espacio terrenal una sola familia, nos dejó a la Madre Perfecta para que intercediera ante él por nosotros.

Reflexionemos…


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